Bosque de El Guindal.
Salvatierra de los Barros, Salvaleón, La Lapa, Feria, La Parra, Burguillos del Cerro. Badajoz
Localización
Historia, leyenda y curiosidades
Vamos a contar una larga historia milenaria sobre nuestro bosque. No es un bosque cualquiera. Es una de las manchas más extensas, densas e intactas del bosque mediterráneo original del suroeste de la Península Ibérica. No es una casualidad, sino el resultado de esta historia.
Hace más de 7.000 años, ese inmenso mar de alcornoques y encinas que cubre las sierras de Salvatierra de los Barros ya era un bosque sagrado. Lleva milenios conviviendo con el género humano sin que se haya alterado en exceso esa suerte de pacto de mutuo respeto que se llama dehesa. Sus primeros habitantes los encontramos en las poblaciones seminómadas del Neolítico y del Calcolítico. Fueron ellos quienes levantaron menhires y dólmenes en este océano verde y quienes comenzaron a aclarar pequeños espacios del denso bosque original. Los padres fundadores de nuestras dehesas. Después lo escogerían como hábitat propio las poblaciones célticas que a partir del s. V a.C. se asentaron en estas espesuras, continuando con sus ganados la tarea de habitar el bosque sin procurar su destrucción. En este bosque erigieron sus santuarios sagrados, como ocurrió con Ataecina-Proserpina en Santa Lucía. Más tarde Roma arañaría al bosque original las tierras más fértiles introduciendo la vid, el olivo y creando una red de pequeñas explotaciones agroganaderas dispersas. Un patrón de poblamiento disperso y escasa presencia humana que llegaría hasta la Edad Media, contribuyendo a la conservación de la masa forestal primigenia. Fueron estas sierras espacio de frontera natural entre el fértil Valle del Guadiana del norte y las montañas que anticipaban el sur andaluz. En estas montañosas sierras se refugiaron comunidades hispano-visigodas en tiempos de turbulencias y rebeldes mozárabes y muladíes en los primeros tiempos del Islam. Ese carácter de refugio fronterizo es un factor esencial para comprender por qué ese mar de encinas y alcornoques ha llegado hasta nosotros en un estado tan íntegro. Durante largos periodos de tiempo histórico estos alejados bosques de los límites estuvieron en su mayor parte vacíos de gente. Los musulmanes lo llamaron el Iquim Ansin, la Región del Encinar; los cristianos el «Oxiferun Montem», el fragoso monte poblado de fieras y vida salvaje. Sería tras la conquista y repoblación leonesa en el s. XIII cuando el bosque de Salvatierra empezaría a configurarse como dehesa y a intensificar su relación con el hombre. En el momento de la repoblación, como aldea de la ciudad de Badajoz, se repartieron pequeños lotes de tierra para su roza, roturación y labranza, las más fértiles y accesibles, entre una masa de campesinos libres. Se conformaría así un mapa social mayoritario de pequeños propietarios libres labradores y ganaderos, el colectivo de los «hombres buenos», que mantendría el control político del concejo hasta la Edad Moderna. Un modelo de propiedad minifundista heredero del patrón asturleonés. Ellos serían nuevos habitantes del bosque. También los caballeros villanos recibieron heredades más extensas en los extremos de los montes. Nacerían así pequeñas aldeas como los «Coellos de los Villanos» o Rochafría al tiempo que se consolidaba Salvatierra como núcleo poblacional. Pero los privilegios que recibieron los primeros pobladores de Salvatierra incluían un derecho que tendrá especial trascendencia para la conservación de nuestro bosque y la preservación de su singular integridad. Algo que lo hizo único. Todos los amplios montes y zonas boscosas de las sierras fueron concedidos como propiedad comunal a los vecinos. En el bosque comunitario el vecindario dispondría libremente de leña para el hogar, caza abundante, frutos silvestres, piedra y madera para la construcción y los aperos, corcho, barro, acceso al agua, hierbas para sus ganados, bueyes y animales de monta, y bellota para sus cerdos de matanza. Especialmente, bellota para la cabaña porcina local. Otra seña de identidad de nuestro bosque. Así se convirtió el bosque original en un bosque habitado. A finales de la Edad Media la nobleza potentada y las oligarquías urbanas, aprovechando la guerra y el caos político, trataron de apropiarse ilegalmente de ese bosque común mediante usurpaciones, apropiaciones y adehesamientos fraudulentos. Así lo hicieron los Suárez de Figueroa con la despoblada aldea de Los Cuellos y así lo haría el señor ilegal de la villa Hernán Gómez de Solís y su hijo Pedro de Solís, ya como señor legal, que trataron de hacerse con el control de la propiedad comunal. Pero el colectivo mayoritario de «hombres buenos» labradores y ganaderos y el común de los vecinos no lo permitieron. Elevaron quejas a los monarcas por las usurpaciones de bosque comunitario, resistieron y se enfrentaron a la violencia y extorsión de los señores, emprendiendo un pleito antiseñorial y, sobre todo, comprando entre todos la propiedad legal de los montes. Para que no quedara duda de que el común de los vecinos era el dueño de ese aún denso bosque. Los vecinos, «de sus propios dineros» adquirieron para el común los montes y dehesas anteriormente privatizados: La Jara, Los Cuellos, Las Cañadas, Las Cañadillas de María Alonso, la sierra de Peña Buitrera, la sierra de Los Perailes, El Chaparral, La Cabeza Gorda y la Dehesa Nueva. La demoledora sentencia de la Real Chancillería de Granada que condenaba al señor lo ratificaría en 1526: el bosque era legítima propiedad común vecinal. Los vecinos seguirían habitándolo, beneficiándose colectivamente de sus recursos naturales sin destruirlo hasta finales del Antiguo Régimen. A finales del s. XVIII, el Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura (1752) las respuestas al Catastro de Ensenada (1771), certificaban que el bosque original del término de Salvatierra había sobrevivido intacto gracias al empeño de vecinos y concejo: un extenso bosque cerrado comunal de encina, alcornoque y monte bajo con un escaso nivel de degradación antrópica, poblado de fieras como el temido lobo e impenetrable en sus espacios más fragosos. No muy distinto del que conocieron los primeros pobladores neolíticos. Un tesoro preservado en el tiempo. El Catastro de Ensenada pondría nombres a ese mapa del monte milenario común. Tres extensas fincas comunales habían sido adehesadas y convertidas en dehesas de Propios, dedicadas al pasto, su labranza y el aprovechamiento de la bellota: La Jara, El Carrascal y la Dehesa de Los Molinos. Eran las únicas dehesas del término. Los diez montes comunes de Salvatierra a finales del s. XVIII constituían la gran mancha del bosque original: El Portero, El Chaparral, Fuente del Judío, El Temprano, Huerta de los Cuellos, Almamé, Santo Domingo, Moheda de Castro, Cabecito y Caberos. Y las tres dehesas de Propios: La Jara, El Carrascal y Los Molinos. Los baldíos agrestes de las cumbres, como Juan Demás, Peña Utrera, Cabezo Larios o Jelechales también conservaban su carácter natural y salvaje. Ese extenso patrimonio comunal preservado durante siglos es la razón histórica de la integridad de nuestro bosque. Un último capítulo de esta historia social de un bosque milenario. Las desamortizaciones del s. XIX supusieron para el común de los vecinos la pérdida irreparable de todo ese patrimonio comunal atávico. El modelo de desamortización varió mucho de unas localidades a otras. Aunque algunos montes extensos fueron adjudicados íntegramente a grandes propietarios acaudalados, a menudo foráneos, buena parte de esos montes se parceló en Salvatierra en pequeños lotes y se adjudicó, muy repartida, entre el mayoritario colectivo vecinal de pequeños labradores y ganaderos locales, los que antes eran sus dueños colectivos. El bosque se fragmentó, se adehesó definitivamente y se intensificó su explotación por una clase media campesina y ganadera que es la verdadera protagonista de esta historia desde la Edad Media. En sus manos estuvo conservar el tesoro de un denso bosque productivo y en sus manos está hoy la tarea de preservarlo, y de rentabilizar su uso sin que pierda su carácter de bosque milenario, exuberante y sagrado de siempre. Esa historia de cuidado colectivo de un bosque habitado y ancestral es la que lo hace digno de un reconocimiento que traspase las fronteras. Porque es, y siempre fue, un patrimonio y una responsabilidad de todos |
Importancia del bosque y motivo de la presentación al concurso
La dehesa es un sistema agrosilvopastoril multiproductivo que representa el mejor ejemplo de gestión y aprovechamiento de los recursos medioambientales, resultado de la tradicional intervención humana y de la relación de ésta con el ecosistema mediterráneo. El sistema adehesado característico del término municipal de Salvatierra de los Barros, ubicado en la sierra suroeste de la provincia de Badajoz, que ocupa buena parte del territorio de la comunidad autónoma de Extremadura y de otras comunidades autónomas limítrofes, así como también de nuestro país vecino Portugal, permite aunar el aprovechamiento de los recursos y la preservación de la flora y fauna, siendo el sustrato de explotaciones ganaderas extensivas productoras de alimentos de gran calidad y reconocidos aprovechamientos cinegéticos. Se trata de un espacio de elevada biodiversidad y refugio natural de especies amenazadas, que además, proporciona una gran variedad de aprovechamientos forestales, contribuye a fijar población generando puestos de trabajo y constituye un paisaje singular característico que confiere buena parte de la identidad regional de Extremadura. Es necesario significar la capacidad del arbolado y los pastos de dehesas como sumideros de carbono, aportando servicios ecosistémicos que deberían ser compensados por la absorción de CO2, contribuyendo de manera directa a la lucha contra el cambio climático, representando un modelo paradigmático de transición verde y circular. La compatibilización de la componente económica, necesaria para el mantenimiento de la actividad productiva, con la componente ambiental, hace que la dehesa sea un reservorio de biodiversidad, cuya magnitud y reconocimiento aumenta día a día entre la comunidad científica y social. El motivo de la presentación de nuestra candidatura es el conocimiento, preservación de este ecosistema único, y su protección frente a proyectos industriales perniciosos y contaminantes, proyectos que pueden significar la destrucción y pérdida irreparable de este ecosistema, único en el mundo. LA DEHESA ES UN SITIO MARAVILLOSO, UN ECOSISTEMA ÚNICO, UN PARAÍSO FORESTAL. |