Ocho cosas que debes conocer de los árboles
Suelen estar cerca de nosotros, pero no solemos fijarnos en ellos; son de esos elementos de nuestra vida que solo echamos en falta cuando no están, como la luz eléctrica o el agua corriente, pero esconden una cantidad de curiosidades realmente llamativas
Al olmo viejo, hendido por el rayo/ y en su mitad podrido,/ con las lluvias de abril y el sol de mayo/ algunas hojas verdes le han salido.»
Esta es la primera frase del archiconocido poema de Antonio Machado . El poeta toma en él al árbol como metáfora de la esperanza que se ha instalado en su ánimo ante la leve mejoría experimentada por su esposa Leonor, gravemente enferma. La belleza de los versos del poeta sevillano reflejan la fe en que la fuerza de la naturaleza acabe siendo superior al desgaste que provoca una enfermedad, y que al final la vida se abra camino una vez más. Desgraciadamente, ni Leonor ni el olmo pudieron derrotar a quien les atacaba, pero ello no empaña la perfección de los versos de Machado.
Los árboles pueden ser la metáfora de miles de situaciones, pero, sobre todo, son un ejemplo de como el mundo vegetal, en su vertiente más evolucionada, es capaz de diversificarse y crear un mundo propio en el que abundan las curiosidades. He aquí algunas.
1 ¿Cuantos árboles tengo?
¿Se te ha ocurrido pensar alguna vez cuantos árboles hay por ser humano? Porque hay más árboles que humanos ¿no? Sí, los hay. 442. Esa es la cifra. Te la puedes creer o no te la puedes creer, pero eso es lo que está comúnmente aceptado: tres billones de árboles viven en la Tierra. Así que ya sabes, tienes unos cuantos que cuidar. Y si alguno se muere o hay que talarlo, te tocará reponerlo.
2 ¿Y en España?
De esos tres billones, 7.000 millones los tenemos en España. Una crifra considerable. Y más si pensamos que en la piel de toro hay ahora el 130% más de ejemplares que hace 35 años. Es un caso único en el mundo, donde por lo general la masa forestal mengua, no crece. Eso sí, mantengamos la calma: crece porque el progresivo abandono del mundo rural deja vía libre a la naturaleza, que rápidamente se repone, no porque estemos ayudando mucho los hombres.
Y ya que estamos, la especie más común en España es la encina o carrasca, el árbol mejor adpatado al clima mediterráneo, y del que ya explicamos en su día cuál era su estrategia para progresar pese al calor y la sequía.
3 La madera y la vida
Es seguro que alguna vez habrás oído que tal o cual tipo de madera es buena o mala, dura o blanda, apta para aquello o para lo otro. Lo que quizá no sepas es que el tipo de madera que produce condiciona la longevidad del árbol, de tal manera que una especie que produzca maderas duras (roble, encina, sabina, haya…) es una especie longeva en el tiempo, de crecimiento lento y a la que apenas afectan las enfermedades. A la contra, una madera blanda (álamo, pino, eucalipto, cerezo, fresno…) crecerán deprisa, vivirán poco y serán vulnerables a las enfermedades. Y este es un principio inmutable. La sabina, por ejemplo, es capaz de crecer 0,3 milímetros al año si las condiciones son difíciles. Tanta lentitud acaba produciendo una madera tan dura y prieta que es impermeable, y por eso se utilizaba para construir barcos y vigas. Antaño, cualquier casa de pueblo que se precie tendría las vigas de sabina. Ahora suelen ser de pino.
4 ¿El más antiguo?
Determinar el ejemplar más antiguo de los que pueblan la tierra es complicado, por no decir imposible, pero si está más o menos establecido que el que sea ha de ser una picea. Un árbol de Navidad, para entendernos. Pues bien, se calcula que algunos individuos de esta especie pueden tener en torno a 9.500 años… bajo tierra, pero solo 600-650 en la parte aérea. ¿Y eso? La picea posee una particularidad: es capaz de regenerarse con gran facilidad a partir de las raíces, que rara vez mueren. De esta guisa, un desastre natural, una plaga o una tala pueden acabar con lo que vemos, pero si lo que no vemos sigue vivo, en breve el árbol volver a crecer desde las reservas que ha protegido bajo el subsuelo. Es una especie de clonación, aunque en términos científicos no pueda considerarse como tal.
5 No es un chiste, aunque lo parezca
Un ejemplar de acacia estaba considerado el árbol más aislado del mundo. Vivía en el Ténere, en pleno Sáhara, en lo que es Níger. Tan aislado estaba que en 400 kilómetros a la redonda no había ningún otro árbol y era un símbolo y un fetiche para los tuareg, el pueblo del desierto. Desgraciadamente ya no existe. Murió en 1973. ¿Por la sequía? No. Se lo llevó por delante un conductor borracho, un libio concretamente. En su lugar se levantó una estructura de hierro para recordarlo. Era el último superviviente de los bosques que en épocas muy antiguas poblaron esta zona del planeta. Sus restos pueden observarse en la capital de Níger.
6 Imitadores de Atila
Seguro que tu, persona observadora, te habrás percatado de que bajo de algunas especies de árboles no crece nada. Ni debajo, ni alrededor. Como decían que debaja el rey de los hunos la tierra después de que la pisara su caballo Es una situación más o menos normal. Para empezar porque bajo un ejemplar frondoso hay menos luz solar y por lo tanto menos opciones para que progresen otras plantas. Lo particular es la estrategia que utilizan algunas especies para potenciar esta circunstancias, y asegurarse así que no haya competencia que les dispute la humedad y los nutrientes. Un caso de libro es el pino o el eucalipto. El primero siembra de agujas secas el suelo para evitar que germinen las semillas de otras plantas ya que son inútiles para formar humus, materia orgánica; el segundo acidifica el suelo con las hojas que pierde y con ello imposibilita la vida de los rivales.
Pero hay tras especies que son más sutiles, más tecnológicas. Está el nogal, por ejemplo, que posee la capacidad de producir compuestos bioquímicos que actúan como un pesticida para otras especies. También lo hace el brezo, la salvia o los dos citados anteriormente. La producción de este veneno natural, dicen algunos, es de donde nace el refrán que reza que ‘a la sombra del nogal no te pongas a recostar’. Un dicho que utiliza Miguel Delibes en ‘El disputado voto del señor Cayo’, cuando el protagonista aconseja a uno de los urbanitas que le van a visitar que no se ponga a la sombra de una nogala porque allí se echo una siesta un vecino y poco después le estaban enterrando.
7 ¿Purifican el aire?
De siempre se ha dicho que los árboles son vitales, entre otras cosas, por su capacidad para absorber dióxido de carbono y producir oxígeno. De hecho, un árbol que viva en torno a un siglo habrá atrapado una tonelada de dióxido y emitido a la atmósfera el oxígeno que consumirían dos personas en toda su vida. Los últimos estudios, sin negar esos datos, tienden restar algo de importancia a su labor como purificadores del aire. Ahora se considera que quién produce más oxígeno es el plancton marino, ya que los árboles prácticamente consumen por la noche el oxígeno que han producido durante el día. Su labor, por tanto, no es tanto aumentar como mantener el índice de oxígeno en el aire. Y en cuanto al dióxido de carbono, varía mucho la capacidad en función de la especie. Los pinos por ejemplo, absorben mucho más que los olmos o las acacias. En cualquier caso, su labor es vital para controlar uno de los gases responsables del calentamiento global.
8 ¿Cuánto crecen?
En teoría, un árbol no debería dejar de crecer nunca. Ni hacia arriba ni hacia abajo. Sin embargo, la realidad dice que hay árboles que crecen más que otros. Los secuoyas alcanzan alturas desorbitadas y los almendros, por ejemplo, rara vez superan los 15 metros. ¿Porqué ocurre esto? Como casi siempre, la explicación está en una combinación de factores.
Primero, el árbol crece para que sus hojas reciban más luz del sol. Por eso en un bosque o en zonas cerradas los árboles suelen ser más altos que los que viven en lugares abiertos con poca competencia.
Segundo, el agua. Cuanta más agua a disposición hay de la planta, más opciones de que el crecimiento sea mayor.
Tercero, la fuerza de la gravedad. A más altura, más energía y esfuerzo le supone a la planta hacer llegar el agua a los brotes y a las hojas.
En consecuencia, cuando los tres factores estén en equilibrio, el árbol dejará de crecer o limitará su crecimiento hasta convertirlo en inapreciable.
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